Victor Francis Hess (1883 – 1964) fue un físico austriaco, descubridor de los rayos cósmicos, estudioso de la física de astropartículas, la radiología, la espectroscopía, y la astrofísica en general. Sus descubrimientos abrieron la puerta a nuevos avances en la física de partículas y la física nuclear, y por su trabajo, fue galardonado con el Premio Lieben (1919), el Premio Nobel de Física (1936), y la Condecoración Austriaca para las Ciencias y las Artes (1959).
Graduado de la Universidad de Graz en 1910, después de completar su doctorado Hess comenzó una investigación que le embarcó en un proyecto de 3 años de duración, en el cual, midió los niveles de radiación ionizante en la atmósfera, poniendo incluso en riesgo su propia vida, por la ubicación de sus experimentos.
Su estudio detallado fue publicado en las Actas de la Academia de Ciencias de Viena, donde concluyó que había radiación penetrante que provenía de la atmósfera desde el espacio exterior. El descubrimiento fue confirmado por el prominente científico cristiano Robert Millikan, quien bautizó a este tipo de radiación con el nombre de "rayos cósmicos".
Su estudio detallado fue publicado en las Actas de la Academia de Ciencias de Viena, donde concluyó que había radiación penetrante que provenía de la atmósfera desde el espacio exterior. El descubrimiento fue confirmado por el prominente científico cristiano Robert Millikan, quien bautizó a este tipo de radiación con el nombre de "rayos cósmicos".
Posteriormente, Hess trabajó con el físico Stefan Meyer en el Instituto de Investigación del Radio de la Academia Austriaca de las Ciencias en Vienna. En Estados Unidos, trabajó en la Corporación Estadounidense del Radio en Nueva Jersey y en la Oficina de Minas en Washington D.C. Más tarde, regresó a su tierra natal donde fue elegido profesor de física experimental en la Universidad de Graz en 1925 y Director del Instituto de Radiología en la Universidad de Innsbruck en 1931.
Casado con una mujer de origen judío, Hess y su esposa decidieron inmigrar a los E.U.A. en 1938, para escapar la persecución perpetuada por el régimen nazi en Europa. A su llegada, se le designó como profesor de física en la Universidad Fordham de Nueva York, y más tarde, pidió su nacionalización estadounidense.
En 1946, escribió sobre el tema de la relación de la ciencia y la religión, en su ensayo "My Faith" donde plasmó sus razones personales en defensa de la fe en Dios. Este artículo se muestra y traduce a continuación:
por V. F. Hess
"¿Un buen científico puede creer en Dios? Creo que la respuesta es «sí». En primer lugar, un científico, más que cualquiera de los demás académicos, pasa su tiempo observando la naturaleza. Su tarea es ayudar a descifrar los misterios de la naturaleza. Llega a maravillarse con estos misterios. Por tanto, no es difícil que un científico admire la grandeza del Creador de la naturaleza. De esto viene solamente un paso para adorar a Dios.
Para mí siempre ha sido fascinante observar los fenómenos de la naturaleza. La investigación realizada al aire libre, en contacto directo con el mar y la tierra, el aire y el cielo, ha tenido una atracción especial, sobre todo la observación en las altas montañas o, más aún, en ascensiones en globo.
Desde que mi antiugüo profesor, Frans Exner de Viena, despertó por primera vez mi interés por los fenómenos eléctricos de la atmósfera, me he envuelto en el campo de la radiactividad. Fue durante ascensiones en globo, en 1912, mientras medía la conductividad eléctrica de la atmósfera, que llegué a descubrir los rayos cósmicos. Gran parte de mi investigación temprana se llevó a cabo en un observatorio que establecí en la cima de una montaña de los Alpes austriacos, a 7,000 pies sobre el nivel del mar. Fue maravilloso hacer un trabajo de utilidad en un lugar como tal. Era fácil sentir que estaba cerca de Dios.
En segundo lugar, un científico es fácilmente dirigido a creer en la Divina Providencia. Más que otras personas, se ve obligado a darse cuenta de que la humanidad está pasando por una crisis terrible, un período de grave transición. El científico se enfrenta a la elección entre la desesperación y la fe.
Todos estamos horrorizados el día de hoy, y con justa razón, por la destrucción masiva que es posible por el descubrimiento de la bomba atómica. A diferencia de los usos del tiempo de guerra, los usos de "fisión del uranio" en tiempo de paz, están todavía muy lejos. Los horrores de un asesinato masivo parecen ser el resultado directo de avances científicos. Todo lo que queda por hacer para lograr la absoluta destrucción de la civilización parece ser la invención de aviones silenciosos y factiblemente invisibles. Entonces se puede destruir, y podemos ser destruidos, ¡sin siquiera la posibilidad de un defensa!
Si no debemos llegar a la desesperación, debemos creer que los descubrimientos en el campo de la ciencia atómica no pueden ser destinados a darnos meramente los medios para la autodestrucción. Ciertamente debe haber una Providencia detrás de todo esto.
En tercer lugar, debo confesar que en todos mis años de investigación en física y geofísica nunca he encontrado un solo caso en el que el descubrimiento científico esté en conflicto con la fe religiosa. A veces se dice que la "necesidad" de las "leyes" de la naturaleza es 'incompatible' con el libre albedrío de los seres humanos, y, aún más, con los milagros. Esto no es así. Cuando los científicos formulan las denominadas "leyes" de la física, son plenamente conscientes, por ejemplo, de que no se puede predecir la historia factual de la vida real de un átomo de radio más de lo que se pueda predecir la conducta moral de tal o cual persona.
Muchas de nuestras leyes físicas son, de hecho, declaraciones meramente estadísticas. Dan cuenta del promedio, por un gran número de casos. No retienen ningún significado para un caso individual. Los científicos modernos están plenamente conscientes de estas limitaciones en sus descripciones sobre los procesos físicos.
¿Debe un científico dudar de la realidad de los milagros? Como científico, respondo enfáticamente «no». No puedo ver ninguna razón en absoluto por la cual Dios Todopoderoso, quien nos ha creado y a todas las cosas a nuestro alrededor, no deba suspender o cambiar, si le resulta prudente hacerlo, el curso natural promedio de los acontecimientos.
Nosotros los científicos somos simples observadores de este curso natural promedio de eventos. Aportamos al tratar de descubrir las "leyes" que rigen este mundo nuestro. En mi tiempo de vida, los descubrimientos en el campo de la física han sucedido uno tras de otro, tan rápidamente, que es difícil para el lego mantenerse al día con ellos: los rayos X, la radiactividad, los rayos cósmicos, la radiactividad artificial, las máquinas de colisión de átomos. La fisión del uranio llevó a lo más terrible y destructivo de todas las armas: la bomba atómica.
¿Debemos caer en la desesperación cuando vemos que el resultado final de tantos esfuerzos incansables de tales grandes científicos han llevado sólo a la destrucción masiva? No. Es cierto que, en la larga historia de avances científicos, muchos inventos se han utilizado en la guerra. Pensemos, por ejemplo, en las máquinas de guerra diseñadas por el genio de Leonardo da Vinci. Sin embargo, todo este progreso igualmente ha servido para un propósito pacífico en la humanidad. El reloj perfeccionado moderno ha sido utilizado en la guerra. Pero tiene otros usos también. Lo mismo con los motores de gasolina; no solo pueden ser utilizados en tanques y bombarderos. Estoy seguro de que la necesidad de autoconservación eventualmente convencerá a todas las naciones de que no se gana nada con la destrucción masiva de los demás.
Esto no quiere decir que los científicos deban pasar de los descubrimientos científicos a los problemas políticos de la paz mundial. Muchas personas creen que los científicos podrían ser mejores líderes de las naciones que los estadistas diplomáticos. Yo no comparto esta opinión. En nuestros días, la investigación científica sólo puede lograrse por trabajadores altamente especializados. Tales hombres tienen poco tiempo para familiarizarse con los problemas de la economía y la política, lo mismo que tienen para los problemas de la filosofía y la teología. Puede que moralmente estén mejor preparados que el político promedio, pero pocos de ellos son lo suficientemente universales como para no solo ser científicos, sino estadistas o filósofos también. En mi opinión, un buen científico no debe inmiscuirse en la política.
En lo que respecta a las cuestiones más profundas de los científicos de la humanidad, al igual que muchos otros, andan a tientas en la oscuridad. Sin embargo, una buena educación religiosa, combinada con formación científica, tiende a darle al científico una mejor comprensión tanto de la naturaleza como de la vida humana.
La Fe Real, para un científico, como para cualquier otra persona, es a menudo una cuestión de duro esfuerzo. La victoria debe ganarse, o el don debe descubrirse, por cada uno en la propia alma. A menudo, es necesaria la experiencia personal de un grave peligro de muerte, para traer la convicción y preparar el camino de la fe en la Divina Providencia. Lo que es seguro es que, cuando la fe llega, lo que sigue es una gran serenidad del alma y una profunda paz en el corazón humano."