jueves, 6 de noviembre de 2014

Thomas Romney Robinson: "Cuanto más conocemos Sus obras, más cerca estamos de Él"

Thomas Romney Robinson (1792 - 1882) fue un importante astrónomo y físico irlandés del siglo XIX, un Reverendo de la Iglesia Anglicana, y el Director del Observatorio Astronómico de Armagh, que entonces era uno de los más importantes de la Gran Bretaña. 

Como una importante figura científica en su tiempo, Robinson fue galardonado con la prestigiosa Medalla Real (Royal Medal) otorgada por la Sociedad Real de Londres, prominente organización científica a la que pertenecía.

Fue también un activo organizador de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia, de la cual fue elegido presidente en el año de 1849. Fue Miembro de la Real Sociedad de Edimburgo (en Escocia), fue Presidente de la Real Academia Irlandesa de 1851 a 1856 y fue un colega de otros científicos como William Parsons (1800-1867) y George Gabriel Strokes, quien era su nuero.

Trayectoria científica y religiosa

Nacido en Dublín, hijo de un pintor, Romney fue educado en la Academia de Belfast, y en el Trinity College de la Universidad de Dublín. En esa época, publicó una colección de arte lírica titulada "Poemas, por Thomas Romney Robinson, escritos entre la edad de siete y trece años", donde ya escribía importantes sentimientos espirituales:

"Despreciando la más maliciosa ayuda de la fama terrenal,
Una recompensa más valiosa tu valor reclamará 
Guiada por las virtudes de esta escena temporal
Dulce caridad, firme fe y esperanza con serenidad
En el Cielo la gloriosa región de bienaventuranza
Cuando los vanos sueños de la Tierra no sean ya más 
Sus hijos descenderán para descansar" (Robinson, 1808)

Robinson se gradó a los 22 años y, por unos unos años, trabajó como profesor de física en la misma universidad donde estudió. A comienzos de la década de 1820, T. R. Robinson se convirtió en predicador y se ordenó como clérigo en la Iglesia Anglicana, dondedestacó como figura eclesiástica en iglesias de Enniskillen y Carrickmacross (pueblos que actualmente se hallan en Irlanda del Norte).

En 1823, ingresó como astrónomo al Observatorio de Armagh, donde en adelante realizó incesantes investigaciones sobre física y astronomía a la par de su carrera religiosa.  Durante las décadas de 1840 y 1850, visitó frecuentemente el "Leviatán de Parsonstown" (uno de los telescopios más poderosos del mundo en la época). En base a sus observaciones estelares y a experimentaciones físicas, realizó extensos y valiosos reportes sobre galaxias y nebulosas, compiló un gran catálogo de estrellas y escribió muchos informes relacionados al tema. Fue también el inventor de un dispositivo usado para medir la velocidad del viento: el anemómetro de Robinson (1846), que estaba basado en la escala que Francis Beaufort había propuesto en 1806 (Mulvihill, 2003:131).

T. R. Robinson a principios de 1850
Entre sus tratados en el campo de la física y astronomía, se encuentran escritos  Sobre la electricidad voltáica (1818), Observaciones astronómicas (1929), Un sistema de mecánica (1830), Sobre la Constante de Refracción (1843), Sobre el efecto del calor en la disminución de las afinidades de los elementos del agua (1846), Colección de artículos sobre meteorología y magnetismo (1846, como coautor), Sobre electro-imanes (1850), Efectos producidos por la proximidad de un ferrocarril (1852), Sobre los errores probables del ojo y del oído en observaciones transitorias (1853), y Lugares de 5,345 estrellas observadas de 1828 a 1854, en el observatorio de Armagh: Por el Rev. T. R. Robinson (1859), Investigaciones experimentales sobre la potencia de elevación del electroimán (1859) y Sobre los espectros de la luz eléctrica, modificados por la naturaleza de los electrodos y los medios de descarga (1862), el cual fue estudiado en detalle por James Clerk Maxwell (1995:54).


Un año antes de la elección de David Brewster, T. R. Robinson fue elegido Presidente de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia. Durante su cargo, Robinson pronunció un discurso en el que expresaba su disgusto por el cientifismo, manifestaba (al igual de Francis Bacon) que el Libro de la Naturaleza y el Libro de las Escrituras se complementan de forma directa, y respecto a la idea de que éstas dos fuentes se contradicen, la atribuía a la mala interpretación de los datos, a la tergiversación ensimismada del escéptico, y al limitado conocimiento disponible en sí mismo:
"Permítanme recordarles que la ciencia no es necesariamente sabiduría. A saber, no es la única, ni siquiera la más alta agencia de la inteligencia, y pierde toda su gloria a menos que actúe en cumplimiento del gran propósito de la vida del hombre. Ese propósito es, así como tanto la razón como la revelación se unen para decirnos: adquirir los sentimientos y hábitos que nos llevarán a amar y buscar lo que es bueno en todas sus formas, y a guiarnos siguiendo sus huellas a la primera Gran Causa de todo, en donde solamente encontramos la sabiduría pura y despejada. 
Si la ciencia se cultivara en congruencia con esto, sería la más preciada posesión que podríamos tener — la más divina dotación. Pero si fuera pervertida en ministrar hacia cualquier propósito malvado o innoble — si incluso se le permitiera adquirir un cuarto mental demasiado absolutista, o eclipsar aquello que debe ser primordial por encima de todo, la percepción del bien, el sentido del Deber — y si no aumentara en nosotros la conciencia de una presencia Todopoderosa y Totalmente-benéfica, — disminuye en lugar de aumentar en nosotros el gran nivel de la existencia. Esto, sin embargo, nunca podría hacerse si no fuera por culpa nuestra. Todas sus tendencias van hacia el cielo; cada nuevo hecho que revela es un rayo desde el origen de la luz, que nos lleva a su fuente.  
Si alguno piensa lo contrario, su conocimiento es imperfecto, o su comprensión está deformada u oscurecida por sus pasiones. El libro de la naturaleza está, al igual que el de la revelación, escrito por Dios, y por lo tanto, no pueden contradecirlo. A ambos somos incapaces de leer en toda su extensión, y por lo tanto, no nos deberíamos extrañar ni alarmarnos si a veces nos perdemos las páginas que reconcilian cualquier inconsistencia aparente. En ambos, también, podemos fallar en interpretar correctamente lo que está registrado; pero estén seguros que si los investigamos con el propósito de la búsqueda de la verdad por sí misma, cada uno de ellos dará testimonio del otro, y se encontrará que el conocimiento físico, en vez de ser hostil a la religión, es su aliado más poderoso, su siervo más útil. 
Muchos, lo sé, piensan de otra manera; esto es a causa de que se han hecho ya intentos ocasionales desde la astronomía, desde la geología, desde los modos de crecimiento y la formación de los animales y las plantas, desde argumentos en contra del origen divino de la Sagrada Escritura, o incluso desde argumentos que quieren sustituir la voluntad creadora de una causa primera inteligente, por la ciega evolución de alguna agencia de un sistema material, de forma que rechazarían su estudio como algo lleno de peligros. En esto, debo expresar mi profunda convicción de que hacen daño a esa misma causa que ellos piensan que están sirviendo. 
El tiempo no me dejará tocar más a fondo las cavilaciones y los errores al respecto, y además ya han sido completamente contestados a menudo. Sólo voy a decir que estoy aquí rodeado de muchas personas que no tienen comparación en las ciencias que se dicen peligrosas, y que no son menos llamativas de la verdad y de la piedad. Si estas personas no encuentran discordia entre la fe y el conocimiento, ¿por qué ustedes o cualquier otro habría de suponer que tal discordia existe? Por el contrario, ambas cosas no pueden estar bien separadas. Debemos saber que Dios es, antes de que nos podamos confesarlo; debemos saber que Él es sabio y poderoso, antes de que podamos confiar en Él, que Él es bueno, antes de que podamos amarlo. Todos estos atributos, el estudio de Sus obras bien los han dado a conocer antes de que Él diera ese conocimiento más perfecto de sí mismo con el que hemos sido bendecidos. Entre las tribus semíticas sus nombres anuncian una naturaleza exaltada y un poder irresistible; entre las razas helénicas, denotan su sabiduría; más aquello que heredamos de nuestros ancestros del norte, denota su bondad.  Todas estas investigaciones que sean más perfectas en la ciencia moderna se llevan a cabo con cada vez mayor esplendor, y no puedo concebir nada que de forma más eficaz lleve a la casa mental la omnipresencia absoluta de la Deidad, sino el conocimiento físico avanzado. 
Me temo que he sobrepasado demasiado tiempo su paciencia, sin embargo, permítanme señalarles algunos ejemplos. ¿Qué otra cosa puede llenarnos con una abrumadora sensación de Su infinita sabiduría, de la forma en que lo hace el telescopio? Mientras sondean con él, desde el abismo insondable de las estrellas hasta todas las medidas de las distancias parecen fallar y la sola imaginación mide la distancia; sin embargo, incluso allí como aquí está la misma armonía divina de fuerzas, la misma conservación perfecta de los sistemas, que el ser capaz de poder rastrearlas en las páginas de Newton o Laplace, nos hace sentir como si fuéramos más que humanos. Si el trazar esta ley del universo se trata de un triunfo del intelecto, ¡qué trascendente debe ser Aquella que está por encima de todo, en la que ésta y muchas como éstas, obtienen su existencia!  Ese instrumento nos dice que el globo que habitamos no es más que un punto, cuya existencia no puede percibirse más allá de nuestro sistema. ¿Podemos entonces esperar que en esta inmensidad de mundos no seamos pasados por alto?  El microscopio responderá. Si el telescopio nos lleva a un borde del infinito, el microscopio nos lleva al otro; y nos muestra que, bajo el ocaso de la visibilidad, los puntos de la vida que revela están formados con la perfección más acabada, que los artefactos más maravillosos ministran para su conservación y su diversidad, que nada es demasiado vasto para el control del Creador, y que nada es demasiado diminuto o insignificante para Su atención. 
A cada paso el científico encuentra hechos que demuestran que el Creador del hombre es también su Padre, cosas que parecen contener una disposición especial para su uso y su felicidad: más voy a tomar sólo dos [como ejemplo], en relación especial a este distrito.   
¿Es posible considerar las propiedades que distinguen el hierro de otros metales, sin el convencimiento de que se les dio esas cualidades de manera que éste le pudiera ser útil al ser humano, cualesquiera que sean los otros propósitos que podían haber respondido? El que sea dúctil y plástico mientras se ejerce la influencia del calor; el que sea capaz de ser soldado y el que aún con un ligero cambio químico sea capaz de tener dureza adamantina, y el que solamente el metal que tiene esas propiedades tan preciosas sea el más abundante de todos, debe parecer, como lo hace, un milagro de generosidad.
Y no mucho menos maravillosa es la bondad profética que almacena en yacimientos de carbón la exuberante vegetación de un mundo antiguo, en circunstancias que preservan este precioso almacén de riqueza y poder, y no solo hasta que Él hubiera puesto a seres terrenales para que lo usaran, sino en un periodo tardío de su existencia de modo que el elemento que estaba por desarrollar a la máxima civilización y energía no se fuera a desperdiciar o abusar.  
Más debo concluir con este resumen con todo lo que quisiera plasmar en sus mentes: que cuanto más conocemos Sus obras, más cerca estamos de Él. Tal conocimiento le agrada, es brillante y santo, es la dicha más pura aquí, y ciertamente nos seguirá hasta otra vida si es buscada en ésta de manera correcta. Que Él nos guíe en su búsqueda, y en particular, que esta reunión que he tratado de inaugurar en Su nombre, sea exitosa y próspera, para que en años futuros, aquellos que me sucedan en este cargo, puedan referirse a ésta como una que debe recordarse con satisfacción sin igual."  
(Robinson; en British Association for the Advancement of Science, 1850: 52)

En 2008, Oxford publicó una compilación de "La correspondencia del Reverendo Thomas Romney Robinson", donde se recopilan datos más de sus datos personales. En años recientes también el cráter lunar "Robinson", se nombró de tal forma en honor a la memoria de este Creyente Intelectual.

Bibliografía

Ask about Ireland.  "Thomas Romney Robinson (1793-1882)". http://www.askaboutireland.ie/reading-room/life-society/science-technology/irish-scientists/robinson-thomas-romney/

Bennett, J.A. (1990). Church, State and Astronomy in Ireland – 200 years of Armagh Observatory.  P Moore. Armagh and Belfast: Armagh Observatory; The Institute of Irish Studies, The Queen's University of Belfast.

British Association for the Advancement of Science. 1850. Report of the Nineteenth Meeting of the British Association for the Advancement of Science. Londres. John Murray.

Maxwell, James Clerk (1995). The Scientific Letters and Papers of James Clerk Maxwell:, Volume 2; Volumes 1862-1873. CUP Archive. (Ver: Report on a paper by Thomas Romney Robinson On The Spectra of Electric Sparks (1862)

Mulvihill, Mary (2003). Ingenious Ireland: A County-by-County Exploration of the Mysteries and Marvels of the Ingenious Irish. Simon and Schuster

Robinson, T. R. (1808). Poems by Thomas Romney Robinson, written between the age of seven and thirteen; to which is prefixed A short account of the author

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