"Hasta no ver no creer" es el lema del escéptico postmoderno: aquél que necesita tocar para creer, o aquél que necesita ver para creer, aquel sensorial que necesita sentir para amar, porque, de otra manera, no cree. Una canción de un popular grupo moderno secular lo resume en la frase "Todo lo que tocas y todo lo que ves, es todo lo que tu vida llegará a ser". Pero, en realidad, ¿qué tan cierto es este lema, a la luz de la ciencia que busca la verdad?
Lo que no vemos es más de lo que creemos
Hace algunos años, el astrofísico y cosmólogo Edward "Rocky" Kolb, entonces director del Departamento de Astronomía y Astrofísica de la Universidad de Chicago y actual director de la División de Ciencias Físicas en la misma, declaró en una entrevista titulada "Invisible pero cierto", un sorprendente dato, que sin intenciones precisas de contradecir al hombre postmoderno, es útil para hacerlo, en cuanto afirma que los seres humanos solamente podemos llegamos a percibir con nuestros sentidos tan sólo el 5% de la realidad. Así lo estimó este científico en su entrevista con Eduardo Punset, a quien le dijo que el otro 95% de la realidad es imperceptible para los sentidos.
Sir Isaac Newton, quien vivió mucho antes que Kolb, estaba convencido de esta gran verdad, cuando al final de su vida declaró: "Lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano”; (y, también, en otra ocasión): "No sé lo que pueda parecerle al mundo, pero, en lo que a mi respecta, he sido un niño pequeño, que divirtiéndome en la playa, encontraba de tarde un guijarro más fino o una concha más bonita de lo ordinario, mientras que el gran océano de la verdad se extendía, inexplorado, delante de mi".
Cuestionando lo que se conoce
El escéptico moderno suele decir orgullosamente que solamente cree en las cosas que son visibles a su limitada vista humana, o que solamente cree en las cosas tanglibles a su limitadísimo tacto humano. Siente que necesita ver o sentir para corroborar, y hace así porque sobrepone la experiencia propia y/o el raciocinio propio, por encima de aquello que no conoce. Se cree sabio en sí mismo, se aferra a su propio entendimiento. En consecuencia, todo lo que no ha sentido, lo que no ha visto, lo que no ha tocado, lo cuestiona a pesar de que no lo conoce.
Esquema de la definición clásica del conocimiento (a proporciones reinterpretadas) |
Muchos incrédulos tienen la buena intención de examinarlo todo, y esto es bueno de principio. Francis Bacon, el cristiano que fundó el método científico, reconocía la importancia de examinarlo todo, pues este es un mandato bíblico (1 Tes 5:21).
Sin embargo, lo malo llega cuando se tiene la pretensión de cuestionarlo todo, sin cuestionarse a sí mismos. El problema no es que cuestionen todo; el problema es que no cuestionan su propio dogma (su propia incredulidad); y muchos parecen cuestionar las interpretaciones de todos los demás, pero nunca parecen cuestionar sus propias interpretaciones.
Sin embargo, los Creyentes Intelectuales entendían que la incredulidad incuestionable podía llegar a ser un gran mal intelectual, una parcialidad, un sesgo, en vez de un sosiego, dado que los descubrimientos de cosas invisibles e intangibles, pero fundamentales, han sido posibles gracias a la inferencia de que existen cosas que están por encima de los sentidos, y más allá de la vista, deducidas a partir de una fe razonable de que se tiene en un orden establecido de leyes (incluyendo morales y espirituales) en todo lo que existe en el universo.
Más allá del conocimiento sensorial
El problema básico con la incredulidad "sensitiva" es que nuestra capacidad de raciocinio nos da mucho más para saber que no todo lo que conocemos proviene del conocimiento sensorial. De hecho, si sólo creyéramos en lo que nuestros ojos ven o nuestras manos tocan, nos perderíamos de la mayor parte de la realidad, solo por una presunción bastante egocentrista (por no decir arrogante), porque ni si quiera es cierta.
El Reverendo John Mitchell de Thornhill, responsable de haber descubierto que en el cosmos existen los hoyos negros, comentó, por ejempo, que "No vemos a quien dejó las huellas en la arena, sin embargo, sabemos que alguien estuvo allí".
Albert Einstein, por su parte, dijo que "La materia es real para mis sentidos, pero éstos no son dignos de mi [plena] confianza. Si Galileo o Copérnico hubieran aceptado lo que veían, nunca hubieran descubierto el movimiento de la Tierra y los planetas".
Nadie realmente toma esa actitud de "hasta no ver, no creer": en realidad es sólo una pretensión hipócrita de los incrédulos, pues, de otra manera, los tales no creerían en la existencia del aire, la gravedad, las ondas magnéticas, la electricidad, los átomos, los electrones, la mente, los pensamiento interno, el lado oscuro de la luna, las partes no exploradas del universo, y las experiencias de ninguna otra persona (incluído lo dicho por otros científicos que no haya sido experiencia de primera mano). Tampoco creerían (como en efecto las vidas de algunos lo testifican) en el amor, la justicia, la empatía, la lealtad, el pasado, el futuro; la esperanza, el esfuerzo, la ética, el bien, y muchas otras cosas.
Uno debe darse cuenta de que a muchas verdades y conceptos de la realidad no se les ve caminando por la calle; no obstante, siguen siendo lo que son. Uno debe llegar a darse cuenta de su inmensa pequeñez ante la grandeza de lo creado en el universo, como enseñó Pascal. O, como Antoine de Saint-Exupéry escribió en su libro más destacado, que "lo esencial es invisible para los ojos".
Hace casi 2,000 años, los fariseos y otros religiosos como los saduceos (quienes no creían en la vida después de la muerte o en el espíritu) vivieron en el tiempo de Jesús de Nazaret, quien comenzó un llamativo ministerio explicando verdades fundamentales sobre los planes de Dios para la vida humana y la manera espiritual en la que el hombre ha de vivir, pero aquellos sentían que ya habían visto lo que necesitaban y no necesitaban buscar más. Jesús les dijo: "Si ustedes fuesen ciegos, no tendrían pecado; pero ahora, porque dicen: 'Vemos', vuestro pecado permanece" (Juan 9:41).
La incredulidad no sólo es una limitante del conocimiento humano: es también un mal moral ante Dios, el Creador del unvierso, pues es no aceptar las cosas que Dios ha revelado. Dios, que es omnisciente, conoce ese otro 95% de verdades que el ser humano no conoce, y quiere dar a conocer lo que es necesario para conocerle. Pero, de acuerdo a Jesús, la incredulidad es un estado que no solo llevar a un estado de desviación mental, sino también de perversión espiritual.
El evangelio y las antiguas profecías judías dicen que después de ser crucificado y haber muerto, Jesús revivió; pero uno de los propios discípulos de Jesús (Tomás), no creía que Jesús hubiese resucitado. La Biblia dice que los otros discípulos fueron y le decían: "¡Hemos visto al Señor!", y las pruebas materiales allí estaban también, no obstante, él les dijo: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en su costado, no creeré" (Juan 20:25).
Días más tarde, Jesús se apareció ante sus discípulos de nuevo y esta vez Tomás estaba allí, y Él le dijo: "Acerca aquí tu dedo, y mira mis manos; extiende aquí tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente..." (Juan 20:27)
Al igual que Tomás, el incrédulo de hoy en día también dice jactansiosamente: "si no veo el Reino de Dios, no creeré". Sin embargo, la Biblia voltea la condición afirmando que los incrédulos no podrán ver el Reino de Dios (1 Corintios 6:9; Apocalipsis 21:8), y asegurándonos que "el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (Juan 3:3). Nacer de nuevo requiere empezar desde lo primero, desde el inicio, empezar desde el origen.
El libro de Gálatas 5:22-23 nos dice que algunas de las obras del Espíritu de Dios son "el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre, el dominio propio".
El incrédulo moderno dice no ver el reino de Dios. ¿Qué curioso no? Jesús dijo que si no te vuelves como un niño no podrás ver el reino de Dios (Mateo 18:3). ¿Y cómo es un niño? Un niño pregunta, un niño se da cuenta de que es pequeño ante su Padre, un niño es consciente de que no lo sabe todo, y no le da pena: un niño se hace humilde, y está hambriento de saber, sediento de verdad. "Bienaventurados los de corazón limpio", (de voluntad genuina, de verdadera buena intención), "pues ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). "Bienaventurados los pobres en espíritu" (que reconocen su insuficiencia espiritual), "porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt. 5, 6).
Esos religiosos estaban casados con su propia forma de razonamiento; no creían en Jesús, así que Él les dijo "aunque a mí no me crean, crean en las obras, para que sepan y entiendan que el Padre está en mí, y yo en el Padre" (Juan 10:37). ¿Sigues dudando? Pues sigue el consejo de Job:
"Ahora pregunta a los animales, y que ellos te instruyan, y a las aves de los cielos, y que ellas te informen; o habla a la tierra, y que ella te instruya, y que los peces del mar te lo declaren. ¿Quién entre todos ellos no sabe, que la mano del SEÑOR ha hecho esto, que en Su mano está la vida de todo ser viviente, y el aliento de todo ser humano?" (Job 12:7-10)
Los que creemos en Jesucristo hemos sido salvados de la incredulidad y sus maldades "al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas" (2 Corintios 4:18). Así que Jesús les responde al Tomás moderno: "Bienaventurados los que no vieron, y creyeron" (Juan 20:29).
Gracias a Dios por tu vida, espero que te siga llenando de sabiduría y conocimiento :)
ResponderEliminarNOSOTROS LOS CREYENTES, " CREEMOS Y LUEGO VEMOS"👍 Y LOS GENTILES " ven y luego creen"👎
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